La exposición Naturaleza herida es una muestra que "se centra ahora en sus naturalezas muertas, que conforman uno de los
rubros más prolíficos de su actividad. Contra lo que se pudiera creer
hay varias piezas en la muestra que podrían considerarse claves en su
producción, que hasta ahora conocemos mejor a través de sus numerosos
retratos, de tres de sus autorretratos mayormente connotados y de los
temas paisajísticos en el acervo de la Fundación Blaisten. Cualquiera
puede darse una idea de éstos acudiendo al Museo Virtual, o solicitando
una cita para observarlos en los originales, antes expuestos en el
Centro Cultural Tlaltelolco." Teresa del Conde
Manuel González Serrano
(1917-1960)
Autorretrato
, 1943
Oleo / madera
58 x 48.5 cm
Teresa del Conde
La exposición de este
pintor se centra ahora en sus naturalezas muertas, que conforman uno de
los rubros más prolíficos de su actividad. Contra lo que se pudiera
creer hay varias piezas en la muestra que podrían considerarse claves en
su producción, que hasta ahora conocemos mejor a través de sus
numerosos retratos, de tres de sus autorretratos mayormente connotados y
de los temas paisajísticos en el acervo de la Fundación Blaisten.
Cualquiera puede darse una idea de éstos acudiendo al Museo Virtual, o
solicitando una cita para observarlos en los originales, antes expuestos
en el Centro Cultural Tlaltelolco.
Es la variedad de diferentes técnicas lo que sorprende primero en la
producción de este maestro. Aunque yo conocía en original varias piezas,
fue una sorpresa ver tantas juntas, varias inénditas, en diferentes
dimensiones y medios, museografiadas en el Museo Mural Diego Rivera.
Abre con un espléndida pintura titulada
La ventana, 1952,
composición dividida de abajo a arriba en cuatro secciones escalonadas,
cosa que despierta el recuerdo de otras naturalezas muertas enjundiosas
de épocas pasadas. Esta es modenista en cuanto a temática, los objetos
mayormente discernibles, no por su extravagancia, sino por su conspicua
presencia son unos matraces junto a los cuales se advierten pequeñas
esferas a modo de canicas, aunque pueden tomarse simbólicamente como
ojos de vidrio anexas a un foco opaco, una hoja de la supuesta ventana,
que no es realmente tal, se abre hacia un meticuloso paisaje urbano que
da hacia la terraza elevada de una mansión, que pudiera, o no, ser
reminiscenia de Lagos de Moreno, Jalisco, sitio donde nació el pintor en
1917. En el peldaño inferior correspondiendo en parte a la iconografía
de los llamados bodegones, hay un plato con frutas en el que se
encuentra una tajada de sandía, tan distinta a las san-días de Tamayo
que puede considerarse ejemplo paradigmático de oposición, pues esta
sandía, algo maltrecha y ya medio mordida es simbólica, como los son
otros elementos propios de ésta y de otras composiciones suyas.
Cerca de esta memorable pieza hay otra que ostenta elementos parecidos, pero para nada idénticos que se titula
El parto,
el contenido es otra vez una ventana, pero el vidrio está estrellado,
hay un guaje con evidente carácter bisexual y otra vez una sandía, más
grande que la anterior y ya
pasada
junto a otras pequeñas frutas aparentemente
sanas
.
Las connotaciones eróticas en las frutas, los melocotones por ejemplo,
son demasiado obvias como para comentarlas, no tanto así las agresivas
peladuras de las pitayas que aparecen también en otras frutas y que
hacen pensar más en desollamiento que en sus obvias connotaciones
sexualoides.
Además de poner atención en la manera en que los elementos se
relacionan o se contraponen, lo que provoca sorpresa es la cantidad de
técnicas abordadas por el pintor, probablemente de acuerdo con las
posibilidades que en un momento dado encontraba para obtener materiales y
soportes. Hay muchas obras sobre papel, perfectamene cuidadas y
enmarcadas con una enjundia, a veces, excesiva.
En el frutero de 1948-50 puede advertirse cierta influencia de Dalí,
pero más que influencia lo que puede decirse del total de lo exhibido y
de toda la producción de Manuel González Serrano, es que tomó de manera
absolutamente propositiva el surrealismo
ortodoxo
como vena o
sendero a seguir y que lo tomó con la conciencia que requería el manejo
de sus medios, valiéndose de técnicas propias de los
old masters para acentuar el aspecto de extrañeza que es a la vez detectable y familiar debido a la forma en que está rendido.
Aunque hay varios óleos, temples y técnicas mixtas, un buen
contingente de la muestra está integrado por obras sobre papel y hay que
prestarles la atención debida; tanto por el uso con lápiz graso, a
veces tinta y
gouache, como por los contenidos; entre éstas hay
una pieza vertical de mínimas dimensiones que apela por la soltura con
la que está efectuada, sin desdecir por ello su perfección: una hojita
sencillísima en la que realizó un dibujo en sepia que se encuentra en el
ámbito de la muestra denominado
de los florilegios
. Éstos, aunque floridos, y en algunas ocasiones un poco
kitsch,
como el de la cornucopia de la República Mexicana y otros, distan de
ser tranquilos, están tan vulnerados y algunos acaso más que las obras
expuestas en el nivel principal mismo del mural de Diego Rivera. Como
ejemplo está el bodegón con jícamas, libro y copa rota, que califica
entre las más extrañas piezas de todo el conjunto: se diría que el autor
está personificado en ella como si se tratara de un autorretrato sin
personaje.
Este encomiable proyecto, que además cuenta con bastantes visitantes,
debido a que el surrealismo parece ser predilecto de vastos estratos de
nuestra población, fue concretado con la complicidad del actual
director del recinto, Luis Rius Caso por la sobrina del artista: Maria
Helena González de Noval, quien se ha convertido en la principal
estudiosa de la obra de González Serrano.