jueves, 23 de junio de 2011

La gráfica como denuncia: imágenes de sedición y rebeldía

Miguel Ángel Rosas



La esclavitud de la patria, es nuestra propia esclavitud
Ricardo Flores Magón
(1874-1922)


En el México de finales del siglo XIX, la crítica social mediante estampas satíricas, generó un enorme potencial de imágenes donde la gráfica como denuncia se manifestó en una realidad mordaz, sarcástica y punzante. Navajas, gubias y buriles fueron el instrumento que el grabador utilizó para incidir en una realidad de represiones callejeras, violencia, y desamparo. El escenario fue la ciudad y la calle el principal campo de acción. Los carteles amanecían pegados con su protesta en los muros y la ciudad era tomada desde su clandestinidad y asalto. El cartel callejero como medio de denuncia dio la voz al pueblo y trastocó la palabra mediante el grito. Las hojas volantes fueron distribuidas gratuitamente para cuestionar los acontecimientos políticos y sociales del régimen en turno y al ser reproducibles ampliaban el potencial comunicativo de un arte verdaderamente público. La dureza y brutalidad en los mensajes de la gráfica de denuncia evidenciaron el sistema que pensaron combatir.

El artista buscó influir en la población, para crear conciencia del momento histórico que se había llegado y generar un cambio social. La efectividad de la imagen se manifestó en el grado de censura y prohibición gubernamental.

El grabado pretendía cambiar al mundo, sacudirlo y transformarlo mediante la democratización de la imagen; sin embargo, de la Independencia (1810) a la Reforma (1859-1861) y a la Revolución (1910) se anda en el camino natural de la tierra prometida. Hacia la década de los años cincuenta la ciudad posrevolucionaria había quedado atrás; el país había cambiado y la generación envejecido. La ciudad rural se volvió moderna, los caballos desaparecieron y los campos se vistieron de asfalto. El proyecto modernizador del sexenio de Miguel Alemán (1946-1952) se alejaba de las metas sociales de la revolución; el pueblo sólo aparecía como un telón de fondo en las decisiones del grupo en el poder.

Hacia la década de los cincuenta, la Revolución pedía un nuevo rostro. A los 51 años de edad, Leopoldo Méndez (1902-1969) propone una revisión de la historia. En su obra, Homenaje a José Guadalupe Posada (1953) ya no hay revolución, hay porfirismo y con ello se evidencia el punto más alto de una ciudad sin sueño. La escena tiene lugar en 1902, mucho antes del estallido revolucionario. El grabador toma la realidad, la detiene y la regresa al lugar de partida, a la calle, sin embargo la realidad ya era otra y el tiempo permanecerá inamovible. Los grabados de denuncia y sus imágenes de sedición y rebeldía se recontextualizaran a partir de sus distintas lecturas.

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